Decíamos que las semillas representan la
merienda ideal, el alimento más práctico para viajes o excursiones, y un
valioso complemento de las comidas principales. Son fáciles de transportar y
consumir, no necesitan cocción, y al ser fuente completa de nutrientes, generan
rápida saciedad. Pero es importante tomar ciertos recaudos, previo a su consumo,
a fin de aprovechar correctamente todo su potencial y no generar daños.
Si bien es conocido el consumo de
semillas, no siempre se lo practica del mejor modo. Es el caso del maní tostado
y frito, tal vez la semilla de consumo más popular, aunque lamentablemente en
su forma menos aconsejable. De allí su imagen de semilla “pesada” e “indigesta”.
Pese al hábito popular de consumir las
semillas a modo de snack y en función a su textura crocante, en el marco de una
nutrición viva representan un alimento básico y sustancial al garantizar el
principal aporte lipídico y proteico. De allí la necesidad de cuidar su buen
procesamiento y su eficaz metabolización.
Ya
vimos la conveniencia de utilizar siempre semillas crudas, sin tostar, a fin de
resguardar su plena vitalidad. Del mismo modo, es siempre conveniente lavar y
activar las semillas, previo a su consumo. De ese modo lograremos máxima
seguridad y eficiencia metabólica en su asimilación.
Cuando consumimos semillas con cáscara y
nosotros hacemos el pelado, podemos pasar directamente al activado. Dadas las
condiciones de procesamiento y almacenamiento, al consumir semillas peladas, es
primordial realizar un lavado previo a fin de evitar impurezas. Teniendo en
cuenta su riqueza nutricional, las semillas peladas pueden desarrollar en su
almacenaje el crecimiento de hongos y micotoxinas. De allí la importancia del
ambiente fresco y el envasado al vacío en la conservación.
Las micotoxinas son metabolitos
producidos por mohos presentes en alimentos almacenados y sobre todo en granos.
Estos hongos incluyen especies de Aspergillus, Alternaria, Fusarium, Claviceps
y otros hongos endofíticos que son potencialmente productores de micotoxinas (aflatoxinas,
tricotecenos, zearalenona, patulina, fumonisinas, moniliformina, ácido
tenuazónico, alternariol, alcaloides del ergot, etc).
La
toxicidad crónica de muchas micotoxinas (aflatoxinas, ocratoxinas, fumonisinas
o zearalenona, entre otras), suele suscitar mayor preocupación que la toxicidad
aguda. Algunas de las micotoxinas evaluadas hasta la fecha (sobre todo las
aflatoxinas) se han clasificado como carcinógenos muy poderosos, sobre todo a
nivel hepático.
En este sentido y a fin de evitar riesgos,
conviene perder 20 minutos y lavar las semillas, sumergiéndolas en un cuenco
con agua limpia, a la cual agregaremos un par de cucharadas de agua oxigenada (usar
al menos la de 10 vol. que se consigue en farmacias) por litro. Al cabo de ese
tiempo, la evidencia sobre la presencia de hongos es una capa espumosa y con
residuos en superficie. Acto seguido, tras enjuagar con abundante agua, las
semillas quedan listas para su posterior activación.
EL
PROCESO DE ACTIVACIÓN
Esta sencilla técnica consiste en
“despertar” la semilla de su estado de latencia (soaking en inglés). Es un
procedimiento muy común en horticultura, a fin de acelerar el desarrollo de la
siembra, y solo requiere varias horas de remojo en agua. En este período, la
semilla absorbe agua y pone en marcha procesos (cascadas enzimáticas) que: inactivan
antinutrientes (como el ácido fítico), predigieren nutrientes (desdoblamientos)
e incrementan su contenido nutricio (síntesis vitamínica y enzimática). Además
así eliminaremos eventuales restos de hongos y micotoxinas que hayan resistido
el lavado previo.
La activación de las semillas comestibles
resulta siempre aconsejable, previo a cualquier forma de consumo que hagamos. Conviene
activar las semillas que directamente consumiremos sin germinar (nueces, almendras,
cajú, maní), las semillas que luego germinaremos (alfalfa, quínoa, lentejas, girasol),
las semillas que usaremos para cultivar hojas (trigo, avena, centeno, cebada) y
las semillas que luego procesaremos como cremas o quesos (cajú, maní, girasol, sésamo).
Para activar semillas, solo necesitamos un
frasco de vidrio limpio; el plástico no es aconsejado por higiene (estructura
porosa) y porque pueden migrar compuestos al agua. Recordar previamente
realizar un adecuado lavado de las semillas, remojándolas 20 minutos en agua
limpia a la cual adicionamos un par de cucharadas de agua oxigenada por litro. Luego
de ese período, enjuagar bien las semillas.
El procedimiento de activado consiste en
llenar el frasco hasta la mitad con semillas seleccionadas y enjuagadas, completando
el contenido con agua de buena calidad. Al concluir el proceso, eliminar el
agua de remojo (excelente para regar las plantas) y enjuagar las semillas con
agua limpia.
Como hemos visto, conviene exceptuar de
este proceso previo, al lino y la chía para consumo directo, a fin de evitar la
pérdida de sus saludables mucílagos. En realidad el mejor equilibrio sería
moler las semillas, remojarlas unas horas y luego consumir estas semillas (molidas
y activadas), sin descartar el líquido utilizado.
Si las semillas se consumirán
directamente, se puede: usarlas de inmediato, conservarlas un par de días en la
heladera o deshidratarlas para que vuelvan a estar crocantes y se preserven por
más tiempo. Caso contrario, se continúa el proceso, con las técnicas de brotado
o cultivo que veremos luego.
En cuanto al tiempo de activación, en
general se habla de 12 horas, aunque hay excepciones, como puede verse en la
tabla resumen. Allí se indica la temperatura del agua de activación, el tiempo (horas)
de activación necesario para consumirlas directamente (comerlas o licuarlas) y
el tiempo (horas) de activación necesario como remojo para proseguir luego con
la germinación.
Es también recomendable usar el proceso
de activación en frutas, hortalizas y algas marinas deshidratadas; basta
sumergirlas, previo enjuague, durante media ó una hora en agua tibia. Dado que
no hay antinutrientes en el proceso, esta agua puede consumirse o utilizarse en
otras preparaciones.
Extraído del libro “Alimento y Vitalidad”
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