Camino por la ciudad grande, como ya caminé por otras tantas en este mundo y veo las mismas escenas: el hombre caminando con el celular, el muchacho que corre para tomar el autobús, la madre paseando con el cochecito del bebé, dos jóvenes besándose en el parque, chicos que juegan a fútbol en un terreno baldío, Iglesias, señales de tránsito, anuncios. Espero junto con un grupo de personas para cruzar la calle, miro sin interés los monumentos que siempre muestran grandes hombres, pensativos, cargando el mundo en sus espaldas.
Camino por la ciudad grande donde no hablo el idioma local, pero qué diferencia puede haber? En las ciudades grandes, nadie conversa con nadie, - están todos sumergidos en sus problemas, siempre con apuro. Y si estuviesen sentados en una plaza, o esperando un autobús, si alguien se les aproxima, será visto como una amenaza. El desconocido es sospechoso, eso nos fue enseñado desde la infancia y nos seguirá el resto de nuestras vidas. Por más miserables o solitarios que estén, por más que necesiten dividir la alegría de una conquista, o la tristeza que los sofoca, mejor y más seguro es quedarse en silencio.
Aún así abordo a alguien: no hablamos un idioma común. Trato una segunda, una tercera persona, hasta que un señor – también él apurado, como todos los otros – responde a la pregunta que quería hacerle y cuya respuesta casi siempre adivino:
- ¿Quién es la persona a quién dedicaron el nombre de esta calle?
- No tengo la menor idea. Usted, ¿está perdido?
Explico que sé donde se encuentra mi hotel y se lo agradezco. En gran parte de las calles de mi ciudad, daría la misma respuesta: no sé de quién se trata, quién es el homenajeado. La gloria del mundo es transitoria, así decía Pablo en una de sus epístolas.
Camino por la ciudad, que está separada de mi departamento por más de diez mil kilómetros de distancia, pero cuya única diferencia es la visión del mar; en todo lo demás se parecen y me pregunto qué estoy haciendo hace casi dos meses fuera de casa. Decidí celebrar estos veinte años de peregrinación a Santiago de Compostela con 90 días de viaje, yendo en la dirección que el viento me llevase, aceptando algunos compromisos profesionales porque eso me impediría resistir la tentación que en este momento me invade con toda su fuerza: volver. ¿Será que tomé una decisión equivocada, fui muy radical? Regreso al hotel, haré otra vez las maletas, me despediré de nuevo de los amigos, me enfrentaré a los controles de seguridad en el aeropuerto y seguiré adelante para otra gran ciudad, donde me esperan ! prácticamente las mismas cosas.
Entro en mi habitación. Enciendo el ordenador y visito el blog que creé para este viaje. Mis lectores colocan sus comentarios y parece que uno de ellos adivinó lo que estaba sintiendo hoy, porque cuenta una historia:
“Era una vez un hombre pobre pero de mucho coraje que se llamaba Ali. Trabajaba para Ammar, un viejo y rico comerciante. Cierta noche de invierno dice Ammar: “Nadie puede pasar una noche así en lo alto de la montaña, sin manta y sin comida. Pero tú necesitas dinero y si consigues hacer eso, recibirás una gran recompensa. Si no lo consigues, trabajarás gratis durante treinta días”. Ali respondió: “Mañana cumpliré esa prueba”. Pero al salir del negocio vio que realmente soplaba un viento helado y tuvo miedo. Decidió preguntarle a su mejor amigo, Aydi, si no le parecía una locura hacer esa apuesta. Después de reflexionar un poco Aydi le respondió: “Voy a ayudarte. Mañana cuando estés en lo alto de la montaña mira hacia el frente. Yo estaré también en lo alto de la montaña vecina! , pasaré la noche entera con una fogata encendida para ti. Mira para el fuego, piensa en nuestra amistad, y eso te mantendrá abrigado. Lo vas a conseguir y después yo te pediré algo a cambio. Ali venció la prueba, tomó el dinero y fue hasta la casa de su amigo: “Me dijiste que querías algo a cambio”. Aydi lo agarró por los hombros: “Sí, pero no en dinero. Prométeme que, si en algún momento el viento frío pasa por mi vida, encenderás para mí el fuego de la amistad.”
Camino por la ciudad grande donde no hablo el idioma local, pero qué diferencia puede haber? En las ciudades grandes, nadie conversa con nadie, - están todos sumergidos en sus problemas, siempre con apuro. Y si estuviesen sentados en una plaza, o esperando un autobús, si alguien se les aproxima, será visto como una amenaza. El desconocido es sospechoso, eso nos fue enseñado desde la infancia y nos seguirá el resto de nuestras vidas. Por más miserables o solitarios que estén, por más que necesiten dividir la alegría de una conquista, o la tristeza que los sofoca, mejor y más seguro es quedarse en silencio.
Aún así abordo a alguien: no hablamos un idioma común. Trato una segunda, una tercera persona, hasta que un señor – también él apurado, como todos los otros – responde a la pregunta que quería hacerle y cuya respuesta casi siempre adivino:
- ¿Quién es la persona a quién dedicaron el nombre de esta calle?
- No tengo la menor idea. Usted, ¿está perdido?
Explico que sé donde se encuentra mi hotel y se lo agradezco. En gran parte de las calles de mi ciudad, daría la misma respuesta: no sé de quién se trata, quién es el homenajeado. La gloria del mundo es transitoria, así decía Pablo en una de sus epístolas.
Camino por la ciudad, que está separada de mi departamento por más de diez mil kilómetros de distancia, pero cuya única diferencia es la visión del mar; en todo lo demás se parecen y me pregunto qué estoy haciendo hace casi dos meses fuera de casa. Decidí celebrar estos veinte años de peregrinación a Santiago de Compostela con 90 días de viaje, yendo en la dirección que el viento me llevase, aceptando algunos compromisos profesionales porque eso me impediría resistir la tentación que en este momento me invade con toda su fuerza: volver. ¿Será que tomé una decisión equivocada, fui muy radical? Regreso al hotel, haré otra vez las maletas, me despediré de nuevo de los amigos, me enfrentaré a los controles de seguridad en el aeropuerto y seguiré adelante para otra gran ciudad, donde me esperan ! prácticamente las mismas cosas.
Entro en mi habitación. Enciendo el ordenador y visito el blog que creé para este viaje. Mis lectores colocan sus comentarios y parece que uno de ellos adivinó lo que estaba sintiendo hoy, porque cuenta una historia:
“Era una vez un hombre pobre pero de mucho coraje que se llamaba Ali. Trabajaba para Ammar, un viejo y rico comerciante. Cierta noche de invierno dice Ammar: “Nadie puede pasar una noche así en lo alto de la montaña, sin manta y sin comida. Pero tú necesitas dinero y si consigues hacer eso, recibirás una gran recompensa. Si no lo consigues, trabajarás gratis durante treinta días”. Ali respondió: “Mañana cumpliré esa prueba”. Pero al salir del negocio vio que realmente soplaba un viento helado y tuvo miedo. Decidió preguntarle a su mejor amigo, Aydi, si no le parecía una locura hacer esa apuesta. Después de reflexionar un poco Aydi le respondió: “Voy a ayudarte. Mañana cuando estés en lo alto de la montaña mira hacia el frente. Yo estaré también en lo alto de la montaña vecina! , pasaré la noche entera con una fogata encendida para ti. Mira para el fuego, piensa en nuestra amistad, y eso te mantendrá abrigado. Lo vas a conseguir y después yo te pediré algo a cambio. Ali venció la prueba, tomó el dinero y fue hasta la casa de su amigo: “Me dijiste que querías algo a cambio”. Aydi lo agarró por los hombros: “Sí, pero no en dinero. Prométeme que, si en algún momento el viento frío pasa por mi vida, encenderás para mí el fuego de la amistad.”
El lector termina el comentario en el blog: “Independientemente de donde estés ahora, gracias por habernos visitado. Cuando decidas volver a nuestro país, siempre estará encendido para ti el fuego de la amistad”.
Y aunque la soledad del viaje todavía continúa en mi alma, entiendo mejor lo que estoy haciendo aquí.
Fuente: Paulo Coelho
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