Cada vez que interactuamos con otra persona, buscamos recibir una respuesta. Por ejemplo, quien relata su sufrimiento espera compasión y empatía; el que se pone furioso, quiere amedrentar, corregir; y alguien que sonríe, espera simpatía.
Pero en muchas ocasiones nuestras pretensiones van más allá de una respuesta sencilla. No es extraño que se busque el arrepentimiento o la sensación de culpabilidad del otro. ¿Quién no ha oído aquello de que “te gusta hacerme sufrir”? También puede ser que se pretenda que el otro se asuste o renuncie a sus principios. Entonces se le aconseja: “mira, en realidad no te conviene decir lo que piensas, o sentir lo que sientes, pues las consecuencias pueden ser muy graves”.
En estas circunstancias ya no solo buscamos recibir una respuesta sencilla y libre. Más bien queremos dominar. Pero claro, se requiere que el otro no lo note. Aunque parezca increíble, lo más grave es que se puede tener éxito. Así, el otro pensará que el consejo es sincero o se preguntará si de verdad disfruta haciendo sufrir a los demás. ¿Será que en realidad ganamos algo que vale pena si logramos manipular al otro?
Y es que nos hemos acostumbrado tanto a estos comportamientos que los consideramos normales. Una familia, en consulta, se quejaba de estar en una situación complicada, ya que ninguno de ellos lograba ser feliz. A pesar de que se querían mucho, sabían y reconocían lo valiosos que eran, simplemente ya no se soportaban.
Al preguntarles cómo había empezado esto, ellos relataron que habían estado viviendo en el extranjero y que allí la madre no lograba sentirse a gusto, no se adaptaba, no conseguía hacer amigos. El esposo y la hija estaban muy preocupados, pues cada día que pasaba la veían más delgada, menos feliz. Ella trataba de hacer todo, los atendía y cuidaba pero se lamentaba de estar sola todo el tiempo. El esposo y la niña, secretamente, habían establecido turnos para estarse con ella. Finalmente un día la mujer expresó que ya no tenía fuerza para levantarse, que era un estorbo para ellos, que en verdad ellos no valoraban el esfuerzo que ella hacía por ellos.
La verdad es que esta clase de expresiones ha terminado por formar parte de la vida diaria de muchas familias, y son pocos los que perciben que es una estrategia de manipulación, pues es inimaginable que todo este sufrimiento pueda ser, en verdad, una táctica de poder. Y es que en una sola jugada, los seres queridos se transforman, en virtud del dolor de la víctima, en tiranos.
En nuestra familia en consulta, como consecuencia de este delicado episodio, el padre pensó que todo se arreglaría si él renunciaba a su carrera en el extranjero, pues como no podía soportar que su éxito le hiciera tanto daño a su señora, se sacrificó. La hija se engordó y dejó de ir a fiestas con sus amigas pues creía que, en realidad, su madre se preocupaba tanto por su seguridad, que era tan buena y dedicada y que no había derecho a crearle más preocupaciones.
La vida les cambió. Ya ninguno fue libre. La manipulación inconsciente triunfó. La madre incomprendida que solía ser la víctima, resultaba ser la tirana. Pues, sin pedir directamente nada, logró que su familia voluntariamente se sacrificara. Ahora, en silencio, todos se sentían mártires.
Cada vez que el miedo a perder el amor nos impulsa a sacrificarnos por otros, nuestras tradiciones culturales nos invitan a sentirnos victimas. Podemos elegir aceptar esta invitación y tornar a los que amamos en tiranos, sin que siquiera ellos se lo hayan propuesto. Y, si tenemos suerte y ellos también se lo creen, ganamos su atención pero perdemos la libertad.
Nuestra familia entendió que podían recuperar su armonía si cada quien se hacía cargo de sí mismo y no del otro. La madre notó que al convertir al marido y a la hija en su único mundo social, los transformaba en víctimas. Él se dio cuenta que al renunciar a su carrera, para dedicarse a acompañar a su señora, la volvía su tirana. Y la hija comprendió que no podía dedicarse a calmar las ansiedades de su mamá, sin reducirse a la condición de mártir.
Si queremos que nuestras relaciones con los demás sean creativas, si queremos construir familias autónomas donde las víctimas, los tiranos y los mártires sean cosa del pasado, tenemos que recordar que cada uno de nosotros tiene la fuerza y los recursos necesarios para hacerse cargo de su propio destino, para esperar, sencillamente, respuestas libres de los demás.
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